A Marsé le interesó la palabra Shanghai por lo que sugiere. Cuando él era pequeño, creo que había unos tebeos titulados Los misterios de Shanghai, y muchas películas llevaban el nombre de esa ciudad en el título, porque la palabra Shanghai era como un conjuro, una invitación a soñar, era sinónimo de un mundo de bajos fondos, mujeres fatales y vicios ocultos.
Resulta muy curioso rastrear el aluvión de parentescos entre "El embrujo de Shanghai", la novela que Juan Marsé publicó en 1993, y el cine de Fernando Trueba. El protagonismo de unos seres sin suerte, derrotados, víctimas de la fatalidad histórica, testigos del desolador poder de la realidad para destrozar los sueños, es compartido por películas como "El año de las luces" o "La niña de tus ojos". La adopción del punto de vista de un chico que se asoma a una etapa crucial de su vida, marcada por el revuelo de los sentimientos y el embrujo del mundo femenino, asi como su relación con un maravilloso hombre mucho mayor que él está presente en "El año de las luces" y en "Belle Epoque". La forma de estar en el mundo y el modo de mirar la vida del capitán Blay entroncan abiertamente con los del Manolo Aleixandre de "El año de las luces" y el mismo Fernán Gómez de "Belle Époque". El alto precio que se suele pagar por crecer es la clave de "El sueño del mono loco". La presencia del cine dentro la historia resultaba fundamental tanto en ésta última película como en "La niña de tus ojos". Y, finalmente, la sombra de la Guerra Civil ya sobrevolaba de un modo u otro en las películas que Trueba escribió con Rafael Azcona, "El año de las luces", "Belle Époque" y "La niña de tus ojos", tres historias que, como "El embrujo de Shanghai", hablan con tristeza, humor y melancolía de la "imposibilidad de la felicidad" azconiana, un concepto bastante cercano- aunque aún más pesimista- al "la vida no es como la esperábamos" con el que Marsé define su propia obra.
“El embrujo de Shanghai” está ambientada en la Barcelona de 1948, un lugar y una época muy apropiados para que, en efecto, la vida no fuera como la esperaba un niño como el que entonces era Juan Marsé. Para huir del espanto de la posguerra, Marsé buscó cobijo en los tebeos y en el cine, en aquellas películas en blanco y negro que le hacían soñar y le trasladaban a lugares tan exóticos y remotos como Shanghai. "Pienso -dice Trueba- que a Marsé le interesó la palabra Shanghai por lo que sugiere. Cuando él era pequeño, creo que había unos tebeos titulados Los misterios de Shanghai, y muchas películas llevaban el nombre de esa ciudad en el título, porque la palabra Shanghai era como un conjuro, una invitación a soñar, era sinónimo de un mundo de bajos fondos, mujeres fatales y vicios ocultos".
A Juan Marsé -como a tantos niños de su generación- el cine le salvó la vida. Eso también entusiasmó a Fernando Trueba: el espléndido tributo que "el Scott Fitzgerald charnego" rendía en su novela al cine y a la imaginación como refugios donde encontrar una felicidad que la realidad se empeña en burlar. Para Trueba "El embrujo de Shanghai" –que tomaba su título de la versión española de una película de Joseph Von Stenberg del año 41, "The Shanghai Gesture"- era "una especie de Las mil y una noches moderna y, al mismo tiempo, una metáfora de la necesidad de la ficción".
A todos estos estímulos para que Trueba se enamorase de la idea de adaptar la novela de Marsé, se añadía otro: la posibilidad de "jugar a hacer una película como las de antes". La historia se desarrolla en dos niveles, la realidad que sucede en un barrio barcelonés, y la fantasía construida por la imaginación de los niños protagonistas a partir de los relatos de Forcat sobre las aventuras del Kim en Shanghai. De forma que la película obligaba, por un lado, a reconstruir el Barrio de Gracia de 1948 y, por otro, a recrear el mítico Shanghai evocado por Marsé. Es decir, la película obligaba a hacer una película "como las de antes".
El equipo del director artístico mexicano Salvador Parra reconstruyó la Plaza de Rovira desde el desaparecido cine Rovira hasta el adoquinado del suelo, y levantó en el matadero de Legazpi de Madrid el decorado de la calle de Shanghai que aparece en la película. Trueba utilizó el color para contar la historia "real" de Barcelona y el blanco y negro para retratar la fantasía de Shanghai. El blanco y negro expresaba, para Trueba, "la nostalgia del tiempo que no hemos vivido y del cine que no hemos hecho y nunca haremos. Todos los que amamos el cine tenemos esa nostalgia y es bonito, aunque sólo sea por un momento, fingir que formas parte de eso".
El director estaba convencido de que filmar con acierto la parte de Shanghai era el gran desafío de la adaptación: "Se trataba de que esa parte tuviera entidad, que estuviera visualmente bien reflejada. Intenté imaginar Shanghai como la describe Marsé en su novela, como una película americana doblada, pero construida con algunos elementos cercanos a los protagonistas. Un Shanghai made in Hollywood más que un Shanghai real. Un niño del año 48 todo lo que sabía de Shanghai lo había visto en el cine o en los tebeos". Trueba era consciente del reto que suponía "darle ese aire de película antigua de Hollywood, de película rodada en estudio. Eso era delicado. Y también entrar y salir de ahí sin romper la historia; que las dos partes, realidad y fantasía, fueran una y no hubiera una ruptura entre ambas. Desde el primer momento sabía que ahí me la jugaba".
Trueba ha confesado que "el desencadenante de la adaptación fue la idea de que la madre de la niña y la mujer oriental fueran la misma persona y que los dos personajes los interpretara Ariadna Gil. Sin ella no hubiera hecho la película. La idea de que ella sea el truco que une realidad y ficción, Barcelona y Shanghai, fue la chispa que desencadenó todo. Y como la película trata de la ausencia del padre, de una familia rota, y de cómo un grupo de personas se inventan una familia alternativa, eso me permitía que la familia se recompusiera también en la imaginación, en el cuento de Shanghai".
Fernando Trueba aún encontró otro colaborador fuera de serie, el propio Juan Marsé fue un observador asiduo del rodaje de la película en Barcelona y en el mejor asesor posible para que la ambientación de la película respetara la sugerida por su memoria y por su novela. Según recuerda Salvador Parra "mucho de lo que nos contó Marsé, está ahí". Le hablábamos de la secuencia y le mostrábamos los decorados, y él apuntaba detalles, o sugería que pasara por delante un colchonero cargando con la mercancía".
Trueba también aprovechó algunas de las insinuaciones de la novela para incorporar a la película presencias muy queridas. "Hay un fragmento de la novela que dice: "Una cantante china con guantes verdes canta I get a kick out of you acompañada al piano por un negro con traje blanco". No podía desperdiciar una imagen tan bonita, así que me traje a Bebo Valdés para que tocara el piano vestido de blanco".
El rodaje de "El embrujo de Shangai" en el verano de 2001 levantó una gran expectación, especialmente en Barcelona y, en particular en el Barrio de Gracia. "Fue muy emocionante la colaboración de los vecinos, su total complicidad". A Fernando Trueba le gusta mucho referir una anécdota sucedida meses antes del rodaje de la película que revela a la perfección esa complicidad: "Antes de empezar a buscar las localizaciones le pedí a Marsé que nos paseáramos juntos por los escenarios de la novela y que fuera contándome las cosas que pasaban en cada lugar. Íbamos andando y un señor con mono azul y un cubo que estaba limpiando cristales se volvió a nuestro paso y con la mayor naturalidad dijo: "¡Qué, ¿localizando, eh?!". Nos quedamos de piedra. Y Marsé dijo: "Caray, aquí todo el mundo está al cabo de la calle".
Si alguna vez Juan Marsé se hubiera propuesto escribir la novela perfecta para que fuera llevada al cine por Fernando Trueba, seguro que hubiese escrito algo muy parecido al "El embrujo de Shanghai", una historia que retrata como pocas hasta qué punto la mentira puede ser mucho más hermosa y más verdad que la propia verdad