Rodamos BIENVENIDO A CASA a lo largo de siete semanas durante el verano de 2005, en Madrid. Rodar en verano en una gran ciudad, de alguna manera, te aísla del mundo. Todo parece detenido, de vacaciones. Te hace sentir bien rodar una escena de nieve un día que los termómetros marcan cuarenta grados. Existe un placer secreto en adornar de Navidad la Gran Vía una noche de agosto. Una perversa satisfacción vestir de invierno a los figurantes que llegan en camiseta y bermudas.
Es bonito rodar en las ciudades sin acotar demasiado cuadro. Sentir que al fondo, tras los personajes de la película, siguen circulando la vida y la gente normal. Colocar a la pareja de actores protagonistas en una barca del estanque del Retiro, pero dejar que a su alrededor fluya con naturalidad la rutina de cada día. Atravesar el césped impoluto del Bernabéu. Escenificar un beso de reconciliación de los personajes de Alejo y Pilar en mitad de la plaza de Ópera mientras una masa de gente nos rodea preguntando en voz alta: “¿Qué hace el chico de “Los Serrano” besándose con “Juana la Loca”?”. Poner a caminar a tres actores en mitad de la calle Atocha y dejar que los envuelva el tráfico y las obras cercanas, el pitido de un autobús.
BIENVENIDO A CASA quiere ser la historia de amor de una pareja. Una pareja joven que se establece, que se prepara para dar el gran salto, para abandonar el amor juvenil, sin ataduras ni cargas, y adentrarse en el difuso enigma del amor adulto.
Los amigos, los compañeros de trabajo, el resto de gente tira de ti, trata de secuestrarte, de hacerte abandonar, de corregir lo que consideran tu error. Pero uno tiene suficiente con sus propias dudas. Como se pregunta el personaje protagonista de la película, Samuel, ¿será posible mantener “el misterio”? Sobre ese “misterio” del amor pretende hablar esta película. Y hacerlo entre risas, emociones y algún que otro momento disparatado.
Tenía ganas de rodar mi primera comedia. Sentía la necesidad de hacerme reír y hacer reír a los demás. Jugar con situaciones y diálogos cotidianos, escuchados. En las películas uno acaba por poner algo de sí mismo en todos los personajes. Me es difícil filmar a alguien a quien no quiero, a quien de alguna manera no comprendo. Después de la película anterior, “Soldados de Salamina”, donde se hablaba casi obsesivamente del pasado, necesitaba rodar esta historia donde el presente es el escenario, pero donde realmente de lo que se habla es del futuro. Si, el futuro es el verdadero protagonista de la historia.
El amor, la pareja, la paternidad, la infidelidad... todos ellos me resultan asuntos apasionantes. Cada uno de ellos no es que de para una película, es que daría para una historia del cine. Por eso era tan apetecible tratar de agitarlos todos en una misma película. Y, el reto de siempre, esperar que el resultado sea un placer para los espectadores.